Cuestión de tacto.
Se ha dicho bastante que el cerebro es la principal zona érogena del organismo. Metafóricamente es algo indiscutible y significa que, tanto a nivel bioquímico como mental, y en especial el encéfalo junto a la médula espinal, es donde se procesan todos los estímulos y sensaciones placenteras relacionadas con lo sexual, mezclándolos con la parte que viene del intelecto. Significa también que, sin la adecuada predisposición anímica, psíquica, ambiental y relacional, sin la adecuada confianza, deseo y cualidad de y hacia donde proviene ese estímulo, más la confluencia de lo que procede de otros sentidos, cualquier contacto de intención sexual no producirá excitación.
Somos también cuerpo, además de cerebro/mente. El sexo involucra a ambos, y a todos los sentidos. Igual que ocurre en el plano psíquico y emocional, y en el resto de los sentidos, en el mundo de lo táctil el cuerpo humano deviene una especie de territorio por donde transita la experiencia erótica. Y en primer lugar, la autoerótica, pues como ya lo esbozó Sigmund Freud a finales del siglo XIX, es un medio fundamental de conocimiento de uno mismo y de relación con el ambiente y con los otros. Hay quien pueda objetar que esta erogenicidad es siempre dependiente del deseo ajeno, pero al hilo de los enunciados psicoanalíticos, quizá puede asegurarse que el cuerpo humano es intrínsecamente erógeno, y junto a los afectos y a la mentalidad, constituye la subjetividad de todo individuo. Dado que la piel, la capa más expuesta de ese cuerpo, posee una superficie de unos 18000 cm2 y comprende alrededor de millón y medio de receptores sensitivos, se puede decir por tanto que la superficie dérmica es el órgano sensorial más extenso del cuerpo humano. Atendiendo a los mensajes que envían al cerebro estos receptores nerviosos, intentaremos esbozar el mapa de este extenso territorio.
• Hablando en general, se suele entender a las zonas erógenas como todas aquellas partes del cuerpo humano, sobre todo las más externas –piel y mucosas-, especialmente capaces de proporcionar placer erótico o sexual al ser estimuladas con esta finalidad.
• Hablando en particular, la importancia de cada una de estas áreas corporales en la respuesta sexual no coincide para todas las personas. Para algunas, se ciñe principalmente al área genital y a unas pocas más. Para otras, prácticamente todo el cuerpo es una zona abierta a experimentarse como erógena. Además, todos estamos condicionados por una especie de registro que nuestro cerebro/cuerpo guarda, de aquellas áreas que en la infancia, o en el pasado, nos hicieron sentir especialmente bien –o no fueron nunca acariciadas o estimuladas-, de lo cual podemos buscar la repetición o la evitación, inconscientemente.
Para qué existen. Diseño evolutivo.
Obviamente están ahí para ser estimuladas y, como hemos dicho, procurar estímulo erótico, el cual probablemente derivará en un intercambio sexual. El cual, a su vez, puede posibilitar la reproducción. Pero esto es un esquema biologista quizá demasiado simple. Igual que tenemos unas manos no sólo para recoger alimentos, sino para tocar el piano, tejer, conducir, etc., la piel tiene otras funciones además de servir de caparazón protector y transpirador. No tiene mucho sentido decir que esto es algo aleatorio, cuando existen indicios de que la misma evolución ha destacado atributos y funcionalidades erótico-sexuales en los humanos, más allá del objetivo reproductor, clara y significativamente en comparación con otros primates. No sólo esta cualidad de la piel y mucosas, sino su aspecto y escasa vellosidad, el volumen de senos y nalgas en la mujer, la longitud y vistosidad del cabello también en la mujer, la capacidad de desear tener sexo en cualquier época del año –sin ciclos de celo concretos-, o el tamaño y vistosidad de los genitales masculinos son ejemplos.
El mismo diseño o evolución biológica, probablemente, se ha enfocado hacia la potencialidad de vivir todo el cuerpo como erógeno, en especial su capa exterior o dérmica, provista de infinidad de receptores y transmisores nerviosos de sensaciones hacia el cerebro. Puede pensarse por tanto que todos poseemos tal potencialidad y que, quizás, no la desarrollamos del todo por condicionamientos represores culturales y psicológicos.
Cada vez más estudios de sexualidad evolutiva concluyen que todo este realce de erogenicidad y sexualidad, confirma la posibilidad de que la sexualidad humana haya sido orientada evolutivamente no sólo hacia la reproducción, sino también hacia un componente lúdico o, quizá, como observamos en nuestros parientes los chimpancés bonobos, hacia un elemento de unión, apaciguamiento y conciliación entre los individuos del mismo grupo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario